Profesor de literatura española en la Universidad Complutense de Madrid. Ha impartido en ella Literatura española del siglo XV, Literatura medieval y Literatura del siglo XIX. Algunos de sus libros son Elogio del libro de papel (2014), Los amores del Quijote (2016) y El corazón de la libélula (2020).
-¿Qué humanismo podemos esperar del y cuál hemos de exigirle al siglo XXI?
Creo que lo central del humanismo es su concepción del ser humano tal como podemos leerla en el segundo coro de la Antígona de Sófocles. La constatación de que el hombre es microcosmos, por su constitución espiritual y material. Un antropocentrismo en que convergen la tradición grecolatina y la judeocristiana, por tanto, abierto a la trascendencia. En una era como la nuestra tan mediatizada por la técnica, estas ideas humanistas son vitales para enmarcar la existencia humana tanto en su faz personal como social.
-¿Cómo puede prevalecer el legado del humanismo en una sociedad donde vemos cómo empiezan a cancelarse todos los referentes culturales del pasado, bien borrándolos, bien sobreescribiéndolos?
Cancelar el pasado es propio de mentes binarias y adolescentes. Puede prevalecer el legado del humanismo si hay personas que se inspiran en él, hablan, escriben y viven de él. Oxford y Cambridge son universidades pequeñas que influyen mucho. La Academia platónica o el Liceo aristotélico los conformaba un grupo pequeño de personas. Hay que trabajar y organizar eventos como el Congreso Nacional de Humanistas para despertarnos y despertar a otros.
- ¿Es concebible un humanismo que prescinda de la dimensión moral y espiritual del saber, confinándose en una erudición vacía y estéril en el plano existencial?
Las dicotomías en general son producto de mentes estrechas, que fragmentan, reducen y desvirtúan. Así las dicotomías ciencias / letras; tradición / progreso; antiguos / modernos; clásico / romántico, etcétera. Pensamiento y vida, inteligencia, voluntad y pasiones… no pueden divorciarse. Para el humanismo ha de estar vigente esa idea senecana de aprender para la vida, no para la escuela.
- Cuando asistimos, en una espiral centrífuga y excluyente, a un estallido de las identidades particulares de toda suerte y condición (de género, sexuales, lingüísticas, geográficas, incluso etnográficas), ¿cómo puede el humanismo, cuya vocación es necesariamente centrípeta y auténticamente inclusiva, defender el valor de un concepto globalizador como el de humanidad?
- El niño descubre el mundo, el adolescente el yo, y el adulto al otro. Hay que superar la fase adolescente en que nos ha sumergido la exaltación freudiana de la libido y la servidumbre ciudadana ante un Estado socializante e instaurar el diálogo como ámbito humano. Los particularismos han de ser secundarios, han de asentarse en una ecúmene de homines sapientes que solo desde la razón pueden llegar a acuerdos, en ciudadanos de una polis que legisla al servicio de la libertad y no de la burocratización. No en vano el humanismo se basa en filosofías como la platónica o la aristotélica abiertas al ser, no reducidas a una ciencia particular. Los frutos del nacionalismo ya los conocemos: dos guerras mundiales.