El humanismo de Publilio Siro en sus sentencias


Javier Recas.- Las sentencias de Publilio Siro son el fruto de una influencia coral. En ellas se adivina el eco de las escuelas filosóficas más influyentes de la época, especialmente el estoicismo y el epicureísmo, aunque también de la tradición sapiencial popular. Séneca decía que las sentencias publilianas pertenecen a todos porque son de “sentido común, evidentemente dictadas por la naturaleza”. 

Es la suya una perspectiva ecléctica, pero en modo alguno tiene aquí la expresión un sentido peyorativo, porque no fue una amalgama de elementos inconexos. Además, este carácter resultó extraordinariamente productivo, remando a favor de su pervivencia y asimilación a lo largo de los siglos. Obviamente, como en todo eclecticismo, existen ciertas disonancias, también presentes, por otra parte, en el acervo proverbial popular. No han faltado quienes las explican por el variado contexto de las diferentes sentencias en las obras de Publilio. Sea como fuere, y en todo caso, ello no quiere decir que carezcan de unidad de sentido, pues se lo da su carácter moral y su vinculación con la experiencia mundana de la que se parte. 

En las sentencias de Publilio se aprecian con claridad las dos grandes fuentes de las que se nutre: el legado filosófico procedente de Grecia y la legendaria tradición proverbial popular. Aunque ambas formas se funden en el conjunto, no faltan sentencias en las que predomina el tono filosófico y en otras el proverbial.  Un ejemplo de estas últimas sería: “El que persigue dos liebres, no caza ninguna”; de las primeras: “La duda es la mitad de la sabiduría.”

El acerbo proverbial, tan presente en Publilio, es el fruto de la experiencia de generaciones, de una sabiduría que, como dice Séneca, nos pertenece a todos. Publilio sabe reinterpretar de manera genial este legado, al que suma su aguda mirada de atento observador de la vida. Vuelca su experiencia y sus ideas en sentencias a veces descriptivas, a veces normativas, pero siempre aleccionadoras. Unos cuantos ejemplos con formato descriptivo: “Más pronto llega lo que se teme que lo que se espera”, “El amante sabe lo que desea, pero no percibe lo que le conviene”, “Un día nos trata como madrastra y otro como madre”, “A muchos debe temer el que se hace temer por muchos”, “De dos cosas nadie puede librarse: ni de la muerte, ni del amor”…

El carácter normativo es muy frecuente en sus sentencias. En no pocas ocasiones su propósito orientador de la acción moral es muy directo, al expresarse en forma del consejo, aunque es consciente, como reza una de sus sentencias, que sólo el prudente los aprovechará: “Toma lo que te conceda un día, porque otro te lo arrebatará”, “Ama a tu padre, si es justo; si no lo es, sopórtale”, “Ponle freno en tu lengua y más aún a tu vara”, “Debes estar siempre prevenido contra el que una vez te engañó”, “No prometas más de lo que puedes cumplir”… Otras veces no es tan directo, y nos orienta mediante una valoración implícita que muestra el sentido correcto de la acción: “Una deuda es para el hombre libre una cruel esclavitud”, “Haciendo favores es como nos acercamos más a los dioses”, “No hay mala navegación si se cuenta con buenos compañeros”...

En este ámbito más cercano al refranero que a la tradición filosófica encontramos sentencias que abordan categorías por empleo o condición: sobre médicos, jueces, la vejez, la mujer… Algunos ejemplos: “El enfermo se condena cuando nombra heredero al médico”, “Nadie puede ser juez de su propio pleito”, “Cuando ha llegado la vejez, en vano se recuerda la juventud”…

Publilio es un puente entre la cultura griega, en la que, no lo olvidemos, nació y cuyo idioma conoce bien, y el mundo latino en el que se forja como hombre de letras y acaba siendo foco de inspiración. En sus sentencias hay profundas huellas de las escuelas helenísticas: estoica, epicúrea, cínica y escéptica, como enseguida veremos. También es evidente el poso de Menandro, el gran comediógrafo griego que tanto influyó en su mimo, con quien comparte numerosos aspectos: el valor del silencio como síntoma de sabiduría, la idea de la prudencia como cima de la virtud, la importancia de la amistad y, en general, su humanismo, basado en la idea de que el hombre es el ser más excelso cuando es portador de virtud. 

Publilio tiene una concepción práctica de la filosofía que se corresponde con sus intereses éticos. Para él, de poco sirven las bellas frases si no van acompañadas por acciones justas: “La conducta del que habla persuade más que sus palabras”. Por ello ve la filosofía como una terapia para el alma, lejos de las puras abstracciones teóricas. Cicerón resume este sentir: “No es cierto que exista un arte llamado medicina, que se ocupa de los males del cuerpo, y que no exista el arte correspondiente referido a los males del alma”. Esta idea, que procedía de Epicuro, nos la recuerda Séneca en sus cartas a Lucilio: “para que alcances la verdadera libertad conviene que te hagas esclavo de la filosofía”. En esta paradoja de la libertad en la esclavitud se muestra la profunda relación entre la autonomía personal y la autorreflexión. Publilio valora la libertad individual como uno de los grandes bienes del hombre, de aquel que no se deja llevar por el tumulto: “El que vive solitario e ignorado es regente de sí mismo”, “Misérrima es la vida que depende del capricho ajeno”. Una libertad que tiene sus límites, por supuesto, en la virtud: “Lo que no es propio de hombre libre no puede ser honesto”. Conviene, en todo caso, apuntar que no propone Publilio ninguna forma de vida retirada; sus elogios de la amistad son buena prueba de ello. La clave nos la da Séneca en su carta novena: “El sabio se basta a sí mismo, no porque desee estar sin un amigo, sino porque puede estarlo”.