Del desprecio del mundo, de Erasmo de Rotterdam se publicó por primera vez en 1521, en la imprenta de Lovaina de Theodoricus Martinus con el siguiente frontispicio: «D. Erasmi Roterodami de contemptu mundi epistola, quam conscripsit adolescens in gratiam ac nomine Theodorici Harlemei Canonici ordinis diui Augustini. Ex ipsius autoris recognitione» [Del desprecio del mundo, epístola de D. Erasmo de Rotterdam, en favor y en nombre de Teodorico de Harlem, canónigo de la orden de San Agustín. A partir de la revisión del mismo autor]. La noticia responde a lo que hace constar el propio Erasmo en el prefacio al lector, redactado para la mencionada edición: se trata de una obra escrita «cuando apenas había cumplido los veinte años», lo cual nos lleva –en la incertidumbre de su fecha de nacimiento, para la cual se duda entre 1466-67 y 1469– hacia el año 1489. En ese momento Erasmo está en el monasterio de los canónigos regulares de San Agustin en Steyn, donde ha hecho profesión religiosa (cediendo a las presiones de los tutores que se habían hecho cargo de su educación a la muerte de sus padres) y donde permanecerá (tras haber sido ordenado sacerdote en 1492) hasta 1493, fecha en que partirá para ejercer de secretario del obispo de Cambrai, con el permiso de sus superiores y por un plazo indefinido, mas con la obligación de retornar. En el prefacio se dice también que la presente obra fue escrita a instancias y en nombre de «un tal Teodorico [de Haarlem]» con el fin de persuadir al sobrino de éste (llamado Yódoco a todo lo largo de la epístola) a “abandonar el mundo” y abrazar la vida religiosa en el retiro espiritual del convento.
Erasmo insiste treinta años después, para distanciarse de esa obra juvenil, en que «la escribí para un estómago ajeno», «cual si de un juego se tratara», «sin otro afán que ejercitar el estilo». Estas dos últimas expresiones (ludens, exercendi stili gratia) aluden a la tradicional ambigüedad de la retórica (técnica de persuasión independiente en principio de su contenido) y a la práctica de ejercitarse en la disciplina mediante la defensa de cualesquiera argumentos (y sus contrarios). De este modo Erasmo trata de desvincularse personalmente de la obra, de mostrar que no responde a un programa personal, salvo en el aspecto puramente técnico de apropiarse de las técnicas retóricas del discurso en el nuevo marco histórico de la cultura humanista, que exigía un latín depurado, acorde con la lengua de los autores de la antigua Roma y construido sobre la lectura y conocimiento de estos autores antiguos, en gran parte recuperados tras siglos de olvido. Para poner aún más de manifiesto su distanciamiento frente a esta obra juvenil, Erasmo señala dos de sus peculiaridades: está construida «ensartando una serie de lugares comunes» y por otra parte carece «de una lectura suficiente de los autores antiguos». En estas condiciones, lo lógico hubiera sido que la obra hubiera permanecido inédita, como un ejercicio de juventud inmadura. Sin embargo, sigue diciendo Erasmo en el prólogo, el opúsculo ha circulado extensamente entre amigos, los cuales amenazan con editarla en su estado original.
El humanista, por tanto, ha conjurado el peligro y, «tras cambiar unas pocas palabras», ha dado permiso para la edición impresa. Sin embargo, ello no cambia la valoración y el distanciamiento del autor: no la asume como obra de su madurez literaria, religiosa e intelectual, aunque la reconoce como salida de su pluma. Además, ha cambiado «unas pocas palabras», expresión que profundiza la ambigüedad ya indicada con que la obra comparece ante el lector: ha habido una actualización o al menos intervención en el texto, pero escasa. Con ello Erasmo deja al lector en la duda de si la matización, por no decir palinodia, del capítulo conclusivo forma parte de esta revisión final (de acuerdo con las concepciones religiosas del Erasmo maduro, del Erasmo que ya en 1504 publica el Enchiridion militis christiani), o bien si figuraba ya en la obra original, de acuerdo con los cánones de la exercitatio retórica y del lusus o juego. Ahora bien, es evidente que Erasmo no quiere que el lector piense que la obra se reproduce sin ninguna modificación, pero tampoco y sobre todo que la revisión ha alterado su estructura y sentido profundo. Aplicado esto al capítulo doce o último, significa que Erasmo no desea que el lector lo interprete como un añadido de última hora (aunque realmente pueda serlo), sino que espera que acepte (aunque de hecho pueda no ser así) que también la conclusión se remonta al origen.
Miguel Á. Granada
(Nota de los editores: Se reproduce un fragmento de la traducción realizada por Miguel Á. Granada de Del desprecio del mundo, y coeditada por Editorial Thémata y Cypress en su colección Humanitas en 2020).
Buena parte de los humanos hace profesión de la religión con el único objetivo de vivir más cómodamente, pensando en su vientre, no en su alma. De este modo, a quienes la escasez de los bienes familiares enseñaba una especie de frugalidad y aplicación en el mundo, esos mismos en los monasterios se entregan al ocio y al lujo. Quienes en el mundo eran pobres y humildes, hecha profesión de pobreza, imitan el lujo y el estrépito de sátrapas y reyes. Quienes, contentos con una sola mujer, debían de soportar las incomodidades del matrimonio, ahora se revuelven gratis y licenciosamente en toda clase de estupros. A quienes antes el miedo a las leyes y a los magistrados apartaba de los vicios, ahora la cogolla y el título de religioso les permite pecar con mayor licencia, exentos de la jurisdicción del obispo y de los magistrados. Así, con una fingida profesión de pobreza huyen de la pobreza, con una fingida profesión de castidad miran por su lascivia, con una fingida profesión de obediencia consiguen que no se les obligue a obedecer a nadie. Finalmente, hay quienes se ven arrojados por alguna circunstancia casual a esta forma de vida: uno porque no logró apoderarse de una muchacha a la que deseaba ardientemente; otro porque, sacudido por el miedo con ocasión de una tempestad, de una enfermedad o de algún otro peligro, hizo voto de tal cosa. A algunos el amor a un amigo indujo a compartir su vida. Algunos son conducidos a la fosa por ímprobas exhortaciones, sagaces como las narices de un buey. Algunos incluso son empujados violentamente hacia aquí por parientes o tutores impíos que buscan librarse de una carga o de una preocupación; éstos acechan sobre todo a la tierna edad, a la que se engaña con facilidad. Por tanto, desaconsejaría totalmente que se arrastre a la tierna edad a una decisión de la que ya no puede echar marcha atrás. Hay que ser cristiano en la madurez, monje tarde, aunque de sobras es monje todo aquel que es cristiano de ver dad. No son pocos los que fueron arrojados al monasterio por la superstición o incluso la estulticia, desconocedores de en qué consiste la verdadera religión; y se creen buenos monjes por el hecho de llevar el cinto o la cogolla. No debe sorprender lo más mínimo si observas que estos tales son más perversos en el estado religioso de lo que fueron en su vida anterior. Así pues, tú, Yódoco, procura conocer en qué consiste la verdadera religión: cuando tengas perfectamente explorado tu temperamento, tu cuerpo y tu ánimo; cuando hayas descubierto la forma de vida más acorde contigo; cuando hayas encontrado la agrupación que, de forma unánime, aspira a Cristo, ve a ella, pero después de dejar en casa todos los deseos de este mundo. En caso contrario, dejarás el mundo en vano, si llevas contigo el mundo al mismo monasterio. Nada lleves contigo en absoluto de las delicias de Egipto, si te apresuras a ir a la «tierra que mana leche y miel». Muchos creen ser Antonios y Pablos porque no frecuentan los prostíbulos, no danzan, no se emborrachan, aunque en su interior rebosen de odio y de envidia, aunque estén llenos de maledicencia y su lengua sea virulenta, aunque estén hinchados de soberbia, aunque sean malhumorados e intratables, aunque sean egoístas, aunque por mor de su propio provecho adulen descaradamente a los príncipes, sabiendo a ciencia cierta que permiten la abolición de la gloria de Cristo para mirar por la suya propia. Infame crimen es el incesto, aunque ellos tampoco están privados de esos vicios, pero esa adulación es peor que seiscientos incestos y su pernicie es manifiesta por doquier ante todo el género humano.
Quizá me dirás ya que todos los monasterios te desagradan y que en ningún sitio se encuentra entre ellos una congregación de hombres que con ánimo sincero aspire a Cristo. Por tanto, tú obra de tal modo que abandones el mundo para unirte a los más virtuosos, y considera que estás en el monasterio allí donde verses entre quienes aman, pregonan y expresan en sus costumbres la verdad, el pudor, la sobriedad, la modestia. No te imagines que te falta todavía algún voto, si cumples que profesaste a Cristo en el bautismo. Tampoco desees el hábito de carmelita o de dominico, si conservas limpia la veste cándida que se te entregó en el bautismo. No estés descontento contigo mismo si no eres de la orden de los dominicos o de los carmelitas, con tal de que seas de la grey o de la orden de los verdaderos cristianos. ¡Adiós, querido sobrino!