Entendemos por humanismo la tradición de una larga
sabiduría, vertida por escrito, que tiene sus orígenes en la cultura
greco-latina y en el posterior elemento catalizador cristiano y cuyo propósito
no es otro que el ennoblecimiento armónico del ser humano en sus facetas ética
y estética, existencial y espiritual. Al elegir la expresión «viejo humanismo»,
hemos descartado la alternativa de «humanismo clásico», porque ese término
parece asumir connotaciones filológicas o estilísticas que no lo definen, a
nuestro juicio, por entero. Tampoco se trata de «humanismo antiguo» ˗aunque de
Nuestra convicción es la de que el viejo humanismo es un caudal de saber y autoconocimiento que dignifica al ser humano en su propia condición y le permite gestionar de la mejor manera sus problemas y aspiraciones intemporales. Pero no es un pasaporte para caminar con éxito por el mundo ni una panacea para los problemas históricos y colectivos de la sociedad actual. Más abocada al vértigo de lo inmediato que a la búsqueda de armonías vitales e intelectuales ˗entre la libertad creadora y la tradición cultural, entre lo individual y lo universal, entre lo contingente y lo imperecedero˗, esta sociedad es la que, en último término, determina el carácter y la dirección de nuestra militancia humanística. Mucho más testimonial que proselitista, el cariz exacto de esta militancia ˗y de cualquier militancia intelectual˗ tiene mucho de histórico y de relativo: son los tiempos los que dictan, en un sentido u otro, la intensidad de la reacción a los errores más graves y a los unilateralismos más ciegos de cada época. Por poner sólo un ejemplo: la secularización y la racionalidad (más que el racionalismo) fueron características bien conocidas del humanismo renacentista para combatir la hipertrofia teologizante de un pensamiento y la superstición común de una sociedad, heredera todavía de las brumas medievales. Pero, dada la orientación dominante del mundo actual, en el que todo se contempla bajo el punto de vista material y profano, es una tarea de la tradición humanística ˗y de aquellos que son afectos a ella˗ recordar el concepto de lo sagrado y la importancia de lo espiritual, como agentes que refuerzan el sentido de la vida y el desarrollo completo y saludable del ser humano.
(Pasajes del prólogo del libro de Javier García Gibert, Sobre el viejo humanismo. Exposición y defensa de una tradición, publicado por Marcial Pons, Madrid, 2010. Se puede acceder a la versión en línea aquí).