Según el Diccionario Biográfico Español publicado en línea por la Real Academia de la Historia, del cual proceden todos los datos incluidos en esta entradilla biobibliográfica, Marco Antonio Camós y Requeséns nació en Barcelona, en 1544, en el seno de una familia ilustre catalana. Tras cursar diferentes estudios, se dedicó a la milicia, ejercitándose en las armas en Italia y alcanzando el grado de capitán de caballería y gobernador de la isla de Cerdeña hacia 1581, por nombramiento de Felipe II. Tras el fallecimiento de su mujer y de sus hijos, determinó cambiar su modo de vida e iniciar los estudios de humanidades, principalmente de filosofía y teología, ocupando todavía el cargo de gobernador en Cerdeña. Ingresó en la Orden de San Agustín y en 1582 marchó a Roma con el fin de solicitar el hábito agustiniano; un año después, en 1583, emitió la profesión religiosa en el convento de San Agustín, para a continuación ampliar sus estudios en el convento de Padua. Una vez ordenado sacerdote, el general de la Orden le destinó a la provincia de Aragón, prohijándole en el convento San Agustín de Barcelona. A esta ciudad llegó con una copiosa y selecta biblioteca.
En 1588 obtuvo el doctorado en Teología por la Universidad de Barcelona, y un año después, el 10 de septiembre, el prior general, Gregorio de Petrocchini, que presidía en Valencia el Capítulo Provincial, le otorgó el título de maestro de la provincia, desempeñando a continuación distintos empleos eclesiásticos.
El virrey de Nápoles, el conde de Benavente, casado con una prima de Camós, le reclamó a su servicio y hacia allá se desplazó el autor. Por mediación del citado virrey, Felipe III le nombró arzobispo de Trano, en el reino de Nápoles, aunque Marco Antonio de Camós falleció antes de ser confirmado por el papa Paulo V. Fue enterrado en Nápoles, en el convento agustino de Nuestra Señora de la Esperanza de los Españoles.
De las obras que escribió destaca Microcosmia, y gobierno universal del hombre christiano (Barcelona, 1592), escrita en diálogos, en los que intervienen tres interlocutores: Turritano, Benavente y Valdeiglesia, discutiendo aquellas cuestiones y dificultades que se presentan en cada estado de vida cristiana. Este modelo o género literario del diálogo como fuente del conocimiento había sido usado ya, entre muchos otros autores, por Fray Luis de León en De los nombres de Cristo (Salamanca, 1583), si bien los modelos eminentes en la época eran los Coloquios de Erasmo y los Diálogos de Vives. Con ellos, así como con la estirpe dialógica clásica (desde Platón y Cicerón en adelante) comparte el ubicarlos en un entorno bucólico, alternando la temática principal con comentarios al paso sobre asuntos menores.
Microcosmia fue escrita a petición del duque de Sessa y Soma, embajador de España en Roma, y consta de tres libros o partes. El primer libro trata de la ética de las virtudes, con temas como el fin providencial de las repúblicas, la imagen del gobernante y sus ministros, etc.; el segundo aborda los principios de una república cristiana, la génesis de la sociedad política y del poder, los cargos públicos, la economía, los tributos, la concordia social y la educación; y el tercer libro está dedicado a los fundamentos ontológicos de una monarquía espiritual, esto es, sobre la visión metafísica del mundo y del hombre, las relaciones entre la gracia y la república, etc. Cierra la obra una tabla alfabética de materias y otra de citas bíblicas.
Toda la obra está repleta de citas eruditas. De continuo hace uso de textos bíblicos, pero también desfilan los padres y escritores de la Iglesia de los primeros siglos, principalmente San Agustín, Tertuliano, San Jerónimo, Dionisio Areopagita, Gregorio Nacianceno, San Ireneo, Clemente Alejandrino, Juan Damasceno, San Atanasio, San Ambrosio; filósofos como Platón, Aristóteles, Séneca, Cicerón, Plotino, Boecio, Averroes, Avicena, Pedro Lombardo o Duns Scoto; teólogos como Tomás de Aquino, Egidio Romano, Gabriel Biel o Domingo de Soto.; historiadores como Tito Livio, Julio César, Tácito, Herodoto, Plutarco, Flavio Josefo, Polibio, Estrabón o Varrón; humanistas como Marsilio Ficino, Juan Luis Vives, León Hebreo, Fray Luis de Granada o Fray Luis de León, y autores clásicos como Virgilio, Homero, Plauto, Eurípides, Horacio, Quintiliano o Demóstenes.
Microcosmia representa un modelo de ética práctica a modo de máximas morales según los estados y profesiones. Sus páginas son un tratado de deontología profesional orientada al bien común, advirtiendo de continuo al lector sobre los vicios y las virtudes del quehacer humano. Propone una cosmología cristocéntrica en la que el hombre aparece en camino hacia la virtud, de la cual emanará, por último, una ética y acción política transida de justicia y deseos de perfección.
En este fragmento (pp. 12-17 del original, pp. 30-35 del pdf) del segundo diálogo de Microcosmia que a continuación reproducimos (para su mejor comprensión, con levísimas modernizaciones ortográficas, léxicas y gramaticales, así como adaptando los nombres de autores clásicos a su uso actual), asistimos a una recapitulación de los topoi clásicos en torno a la dignitas hominis en la tradición del humanismo cristiano, que desde Lactancio y Gregorio de Nisa hasta los autores renacentistas, como Juan Luis Vives o Pierre Boaistuau, ponían el énfasis en la superioridad del hombre sobre el resto de las criaturas, por la inmortalidad de su alma, por el libre albedrío del que goza, por estar dotado de razón y por haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. Para ello, se aportan argumentos extraídos de la Biblia, de los Padres de la Iglesia, de Hermes Trismegisto, de Pitágoras y de Platón, entre otros, sin apartarse en ningún momento de la ortodoxia que se manejaba en la época, pero aduciendo los argumentos de un modo elegante y fluido, incluso con gracia y donosura literarias, convirtiendo este breve texto en una pieza estimable dentro de una amplia corriente de pensamiento caracterizada por la defensa de la dignidad del hombre frente a quienes querían (y siguen queriendo) ver en él a un pobre diablo, vano y condenado al absurdo más lacerante... lo cual solo es así si olvida quién le ha creado y para qué alto destino.
José Luis Trullo
De las cosas que hizo Dios, las cuales, como dice el Espíritu Santo, fueron y son todas ellas muy buenas, unas solamente tienen el ser que el mismo Dios, su creador, les dio, como son los elementos y causas elementales, de los cuales el agua es más noble que la tierra, y el aire más que el agua, y el fuego mucho más que todos. Debajo de este género, se comprenden las cosas que en las entrañas de la tierra se engendran y crían, como son los minerales de oro y plata y de otros metales y piedras diferentes y de gran estima. Son también de este género los cielos, los planetas y las estrellas. Se incluyen también en él las cosas artificiadas,[1] las cuales, aunque entre ellas se diferencien por su mayor o menor perfección, son empero iguales en no tener más ser que el que poseen, sin que tengan vida o vivan, como viven y tienen vida las criaturas constituidas en grado más perfecto; a estas les dio el soberano artífice sobre el ser que tienen, el vivir, como es el caso de las plantas y árboles que a la vista de nuestros ojos vemos crecer, extender y dilatarse con sus frescas hojas y verdes ramajes. Toman su alimento de la tierra hermoseando la primavera con flores y enriqueciendo el verano con frutas y frutos diferentes. Otras cosas hay de más perfección, las cuales sobre el ser y el vivir tienen añadido por naturaleza el sentir, según vemos que sienten los animales que pueblan los campos y las aves que tienen en el aire su comercio, y los peces que andan y viven en el mar y en las aguas. Pero lo que es en mayor grado de perfección sobre todas estas cosas es el hombre, el cual no solamente incluye en sí y en la admirable y organizada hechura suya el ser, el vivir y el sentir (participando en esto de las perfecciones que tienen las demás criaturas inferiores a él), pero sobre todo esto le enriqueció el autor de naturaleza[2] de la inmortalidad del alma (lo que, alcanzando los egipcios, para significar esa duración y perpetuidad, pintaban el ave fénix, que es de los animales el que más vive), dióle además el uso de razón y libertad del albedrío, en virtud de las cuales entiende, discurre o aborrece libremente, según la voluntad en él ordena.[3] Es capaz de ciencias y de hacer varias experiencias de las cosas. Tiene el hombre parentesco con los ángeles, y aun (como dice San Agustín) con el mismo Dios (aunque en grado inferior) en lo que es ser intelectual, como son los ángeles, y con los buenos y con los malos en la libertad del albedrío; puesto que, así los unos como los otros pudieron (antes de ser los unos confirmados en gracia y los otros lanzados[4] del cielo) inclinarse al bien o al mal.
Ben.: ˗Muchas cosas dijeron los antiguos filósofos del hombre; porque considerando, señor, lo que vais diciendo, dijo Platón que solo el hombre desde su principio es participante de la divina heredad y de lo que es ser Dios, y por el parentesco que se descubre [que] tiene con Dios tuvieron algunos hombres a otros hombres como ellos, por alguna virtud que ellos vieron resplandecer por dioses, de manera que les erigieron altares y ofrecieron sacrificios. Esto se debía a la gran admiración que causa la consideración del humano compuesto; que, preguntado el moro Abdalá qué cosa le parecía más admirable en la representación de las cosas de este mundo, respondió no como bárbaro sino como sabio que el hombre es la cosa de más estimación y más admirable de las que se conocen. Así también lo dijo aquel agudísimo y antiguo filósofo, Hermes Trismegisto, que era el hombre milagro grande y prodigioso animal digno de ser adorado y reverenciado. Lo que dijo también Platón, que debíamos los hombres tenernos por cosa milagrosa entre las demás. Y tengo para mí que, de lo mucho que hallo de considerar en el hombre, y de ver en él cosas extraordinarias y tan elevadas de punto, sobre el resto que en el mundo se nos descubre vino a decir Platón, lo que (si no fue encarecimiento) es indigno de su elevado entendimiento. Porque en cuanto a lo que escribió en sus Leyes, la generación de los hombres o nunca tuvo principio, o si es que lo tuvo, fue su inestimable origen mucho antes de que los hombres fuésemos. Opinión errónea y falsa si no decimos qué entendía Platón del principio sin principio, el cual lo tuvo el hombre en las Ideas eternas, según interpreta San Agustín salvando a Platón y defendiéndole de otras cosas que en él se hallan escritas.
Val.: ˗Mucho mejor, y con más acierto hablaron los hebreos del hombre que los demás. Por lo que no menos docta que elegantemente, con mucha verdad nos dieron noticia del principio y creación del hombre, según dice aquél célebre varón Eusebio de Cesarea. Afirmaron los hebreos que el ser del hombre está formado de dos naturalezas, una de las cuales, siendo como es incorpórea e inmortal, constituye principalmente al hombre a imagen y semejanza de Dios; no comoquiera, por ventura o por caso[5] (como dijeron los egipcios), sino con gran acuerdo del por el mismo Dios creado.[6] Dice el Espíritu Santo que dijo Dios (no porque hablase Dios palabras compuesta de sílabas, como dice Eusebio, sino para que entendamos que su decir fue hacer las obras que hizo de la manera y en el modo que su determinada voluntad quería y las ordenaba), hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra. A imagen (según Isidoro) porque el ser inmortal, el ser señor de sus hechos y obras, el ser capaz de razón, dotado de entendimiento, memoria y voluntad, todo le pertenece al hombre por haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. Dice Euquerio,[7] antiguo y célebre varón, que la imagen de Dios todos las conservamos, si bien la semejanza (que es estar en nuestra mano el poder imitar a Dios en las obras, y en la santidad debida y ser santos), esto poco lo preciamos,[8] porque pecando decaemos de la gracia, que es aquella que esta semejanza con Dios conserva en el hombre y le reforma. Esto dice el Espíritu Santo en otros términos: Formó Dios al hombre del cieno de la tierra y sopló en su rostro espíritu de vida. Dice San Cirilo que la causa por que hizo Dios al hombre primero de barro como ollero, o como quien hace una muñeca de cera con las manos, fue porque siendo el hombre verdaderamente generoso, y muy semejante a Dios, no imaginase alguno fuese hecho con la misma facilidad que las demás cosas. Quiso Dios fuese hechura de su mano, para que entendiera la ventaja que le hace en cuanto a su dignidad respecto a las demás criaturas. Podríamos aquí señalar otra causa y es que, por la misma razón de ser el hombre tan excelente y tan divina criatura, quiso el Espíritu Santo especificar que fue hecho y plasmado por la mano de Dios, para que entendiese que tuvo el hombre principio, y que no es Dios, sino criatura de Dios, como las demás. Dice que sopló en el espíritu de vida. No hemos de entender que aquel soplo que el Espíritu Santo le dio sea el alma del hombre, sino que fue efecto del Espíritu Santo, y el que dio la forma y el espíritu vital al hombre, de donde le vienen todas las perfecciones. Como dice San Cirilo, patriarca de Alejandría, no podía ser el hombre creado a imagen de Dios si no participara del Espíritu Santo. Alude a esto San Pablo diciendo que el que no tiene en sí el espíritu de Jesucristo, esto no es de Jesucristo. En este sentido, Filón el judío[9] declara que los que dijeron que el hombre, en cuanto al alma, está hecho de la misma naturaleza y de la materia de los cielos y las estrellas, quisieron que el hombre tuviese parentesco con los cielos y con los cuerpos celestes. Pero Moisés no dijo que el hombre fuese racional, semejante a criatura alguna, sino a imagen de Dios,[10] moneda de Dios, impresa por el cuño, con el sello de Dios, que es el verbo del padre, su palabra eterna, la cual es verdadera imagen de Dios, y nosotros hechos y como moneda batidos[11] y estampados con esta imagen, como sirviéndole de punzón y de cuño el mismo verbo del Padre, Dios vivo y natural imagen de Dios. A esta alma, así impresa y creada, necesario fue darle cuerpo, para que fuese y le sirviese de instrumento en sus obras. Fue el hombre creado sobre la faz de la tierra para que no solamente en el cielo, sino también en la tierra, hubiese quien le alabase y reconociese a Dios, y por esta causa levanta los ojos al cielo, y la mente con ellos. De manera que solo el alma del hombre es creada a imagen y semejanza de Dios; y es intelectual y racional, y creada para el servicio de Dios. Las demás cosas mortales son hechas para el servicio del hombre, por lo cual solo el hombre capaz de razón puede dominar, presidir y dar leyes sobre las criaturas que son en la tierra, y solo él es capaz de ciencias, y solo él puede aplicarse a diferentes artes. Y, así, preside y gobierna las demás cosas, como señor y caudillo de ellas, con fuerzas de entendimiento, alumbrada la razón con luz del natural ingenio, domando a los fieros animales, ordenando la vida humana con prudencia, con justicia y con las demás virtudes de que es capaz. Levanta los ojos del entendimiento a los cielos, y como quien da una vuelta y se pasea por ellos, entiende el movimiento de los orbes, el curso de los planetas y las estrellas, y si se le antoja revuelve por los elementos, y en un momento da con el pensamiento una vuelta por el mundo, sin dejar Indias Orientales, ni Occidentales, ni China, ni las antípodas ni otras partes de la tierra sin andar, volviendo a su lugar y recogiéndose el entendimiento con tanto sosiego y mesura, y tan sin alboroto o bullicio, como quien sin salir de su aposento y sin moverse de su puesto lo anduvo y consideró todo, que es como si lo viera todo en el modo en que ese entendimiento pudo verlo. De ahí que dijera Platón que el alma era circular, no porque entendiese este filósofo que pudiese ser el alma un círculo, ni cosa que se le parezca materialmente, sino por el conocimiento reflejo[12] y movimiento circular con que el pensamiento alcanza, saliendo de sí con la imaginación, alcanzando noticia al entendimiento no solamente de lo exterior y fuera del alma, sino aun de sí misma. Este tesoro inestimable del alma lo encerró Dios, como dice San Pablo, en un vaso de tierra, lo que no fue sin grande acuerdo crear Dios ánima y cuerpo en un mismo lugar (según dice Atanasio) porque, como dice Gregorio Nacianceno, cuando por la excelencia del celestial espíritu el alma, a imagen de Dios creada, se envaneciese, al acordarse de la vil materia de su cuerpo se humillase. Sírvele, pues, entre otras cosas el cuerpo para lo que sirven los pesados cascabeles al ligero Neblí, a saber, para que no remonte demasiado y no se pierda. Por razón de esta vil materia llamaron los hebreos al hombre Enos, según dicen Eusebio de Cesarea y San Jerónimo, que es vocablo que descubre las imperfecciones del hombre, por lo que se le apega del cuerpo, puesto que decir Enos es lo mismo que decir olvidadizo, ya que Adán es lo mismo en lengua hebrea que terrenal. Olvidóse el hombre de Dios por el pecado y no de cualquier manera, sino según el Espíritu Santo y la verdad, de tal suerte que ya Dios no le era Dios, ni padre, ni benigno, dulce y suave (como lo solía ser en el estado de inocencia), comunicando familiarmente Dios con él y pasando entre los dos suavísimos coloquios, sino que temía a Dios como juez riguroso y terrible enemigo, según lo mostró Adán cuando iba huyendo de Dios después de haber pecado en el paraíso. Por lo cual algunos son del parecer de que Enos es el nombre del hombre por la aflicción y por la miseria en que por el pecado cayó, como quien llamándole Enos entiende llamarle miserable, triste, medroso, desesperado y del todo inconsolable, cosas que el pecado acarrea y trae consigo.
Turr.: ˗Deteneos, señor Valdiglesia, no nos agüéis la gloria y el honor que primero nos disteis, quédese la plática del hombre con buen dejo.
Val.: ˗No entendáis, Turritano, que carece el cuerpo de excelencias dignas de ser consideradas, que aunque no nos levantásemos más de la compostura de sus miembros, como los va considerando Celio habría de qué admirarnos mucho. Y aunque no considerásemos más que el cerebro y el corazón (partes principales y principios de la vida) y la correspondencia que entre ellas hay, sería detenernos mucho. Pero, dejando esto aparte, quiero acabar diciendo que, aunque vil y apocado el cuerpo puesto al cotejo del alma,[13] con todo aun apegada el alma y metida en el vil saco del cuerpo, que le sirve de importuna cárcel (según quiso significar San Pablo al decir que deseaba ser desatado de los miembros, que le eran como grillos[14] que le detenían y no le daban lugar para que gozase según deseaba de su Dios), con todo ello, resultado de este estrecho vínculo del alma y el cuerpo un hombre es más honrado y de más estima que el ángel, en razón del estrecho parentesco que quiso Dios contraer con la naturaleza humana, supositándola[15] con la persona divina, de manera que es más cercano pariente Jesucristo Nuestro Señor del hombre que del ángel. Lo primero, porque Dios no solamente hizo al hombre de su linaje cuando le crió a su imagen y semejanza, como también al ángel, sino que se hizo a sí mismo del linaje humano cuando dice San Juan que palabra eterna y verbo del Padre, Dios todopoderoso, se hizo hombre. Por lo cual, ponderando San Pablo dignidad tan soberana, y que abona el entendimiento, dice: “¿A cuál de los ángeles dijo Dios: Vos sois mi hijo engendrado en el día de mi eternidad? ¿De cuál de los ángeles se preció Dios llamar padre y consintió que se llamase el ángel su hijo?”.[16] Solo por el hombre Dios, primogénito de todas las criaturas, fue por precepto dado a los ángeles que le adorasen; y con razón, porque el ángel solamente puede alegar relación de parentesco con Jesucristo de parte de padre; que es padre de Jesucristo por generación eterna, y padre de los ángeles y de los hombres, por creación temporal. Mas el hombre tiene también parentesco con Jesucristo por parte de madre, la cual, para tan suprema dignidad, no fue escogida de naturaleza angélica, sino de naturaleza humana. Por lo cual, hablando en persona de Dios hombre, volviendo la plática a Dios, dice el real profeta David: Yo declararé vuestro nombre a mis hermanos,[17] de donde nació tanta esperanza y una santa presunción a San Bernardo diciendo: me parece que ya no podrá olvidarse Cristo de mí, pues quiso ser hueso de mis huesos y carne de mi carne.[18] Sobre esto podemos añadir (lo que se sigue de lo dicho) que la naturaleza angélica no es endiosada como lo es la naturaleza humana. Reconociendo esto, el ángel no quiso sufrir que le adorase aquel hombre que en el Apocalipsis se le postró para adorarle, diciendo: “Detente, no hagas eso, que siervo y criado soy, compañero tuyo y de tus hermanos, que son paniaguados y traen el testimonio y la señal de Jesús”.[19] Luego no es razón que se tenga el hombre en poco, e injuria grande nos hacemos con ello. Dice Pitágoras que uno de los provechos que del conocimiento propio se sacan es que, conociéndose, se tiene el hombre en una cierta reverencia y no se abate tan de ligero a cosas bajas y viles. Por esta causa, habiendo de ser nuestras pláticas acerca del hombre y de sus tratos, he querido daros conocimiento por las letras sagradas de lo que es, y quién es el hombre, cuyo nombre hace resonar el mundo, para cuyo servicio ha sido creado, con la variedad y diversidad de cosas que vemos en él, y para él los cielos, y aun los ángeles, en cuanto le sirven de guarda en esta vida. Con todo, tiene necesidad lo que es y llamamos hombre exterior de ser gobernado y apacentado con mucho tiento y cuidado del hombre interior; y es justo que le sirva de guarda y de pastor, pues a cambio de esto le sirve el hombre exterior como de esclavo (si el que preside le sabe mandar). Cómo, y con qué medio se ha de hacer esto, queda para otra plática, que ya me parece hora de salir al campo.
[1] Fabricadas, hechas a partir del arte, o sea, por intervención humana.
[2] Se entiende, por naturaleza; es decir, que naturalmente el hombre posee dicho atributo.
[3] Esta frase, que literalmente se lee “según que la voluntad, en él ordena” se presta a una enorme ambigüedad, pues se podría entender que el libre albedrío del hombre se ve sometido a una voluntad, de índole no precisada, que condiciona y determina sus decisiones.
[4] Expulsados.
[5] “No de cualquier manera, al azar o por casualidad”.
[6] O sea, por su voluntad.
[7] San Euquerio, obispo de Lyon (380-449), compuso un libro de la alabanza del desierto, dedicado a Hilario de Arlés, y un tratado del menosprecio del mundo. Se le atribuye un libro de comentarios sobre el Génesis, al cual parece aludir Camós, que se ha demostrado apócrifo.
[8] Valoramos.
[9] Se refiere, claro, a Filón de Alejandría.
[10] “mas a imagen dixo ser de Dios”.
[11] Golpeados.
[12] De ahí, “reflexivo”.
[13] Comparado con ella.
[14] Grilletes.
[15] Concepto teológico para definir la conformación del verbo divino en la naturaleza humana, en cuya unión subsiste la existencia divina, quedando ambas naturalezas en un solo supuesto y una sola persona.
[16] “¿A qué ángel dijo alguna vez: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy; y también: Yo seré para él Padre, y él será para mi Hijo? (Hebreos 1, 5)”.
[17] Salmos 22, 22.
[18] “Y el hombre dijo: Esta es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne” (Génesis 2, 23), refiriéndose Adán a Eva.
[19] Apocalipsis 19, 10.