Reproducimos a continuación una breve, pero enjundiosa selección de reflexiones del Conde de Chateaubriand, en los cuales se denuncia la vanidad de sus contemporáneos al arrogarse el monopolio de la verdad y la belleza, cuando en esencia todo aquello que la humanidad ha pergeñado de válido a lo largo de los tiempos ya ha sido expresado de un modo excelso e inmarcesible. Puede que se trate de una perspectiva excesivamente conservadora, pues incluso los humanistas más preclaros (desde Plinio y Quintiliano hasta Erasmo y Vives) han reivindicado su derecho a aportar su granito de arena a la gran montaña del saber humano... pero, en cualquier caso, valga como toque de atención ante la presunción de los "modernos" de acaparar todos los galardones de la excelencia humana.
Respetemos la majestad del tiempo; contemplemos con veneración los siglos transcurridos, sagrados gracias a la memoria y los vestigios de nuestros padres.
La eternidad que acaba de empezar es tan antigua como la que se remonta al asesinato de Abel.
Montaigne dijo que los hombres van boquiabiertos hacia las cosas futuras. Yo tengo la manía de quedarme boquiabierto ante las cosas pasadas.
El hombre sigue de pie, enriquecido por todo lo que sus antecesores le transmitieron, coronado por todas las luces, adornado por todos los regalos de los tiempos.
Lo que se nos da como progresos y descubrimientos son antiguallas que llevan mil quinientos años arrastrándose desde las escuelas de Grecia y los colegios de la Edad Media.
Cuando un pueblo, transformado por el tiempo, no puede seguir siendo lo que fue, el primer síntoma de su enfermedad es el odio hacia el pasado y hacia las virtudes de sus padres.
Muchas veces se reniega de los maestros supremos; nos rebelamos contra ellos, pero en vano nos debatimos contra su yugo. Todo se tiñe con sus colores; en todas partes se imprimen sus huellas: ellos inventan palabras y nombres que van a engrosar el vocabulario general de los pueblos; sus decires y expresiones se convierten en proverbios, sus personajes ficticios se cambian en personajes reales, que tienen herederos y linaje. Ellos abren horizontes de donde surgen haces de luz; ellos siembran ideas, germen de mil otras; ellos proporcionan imaginaciones, temas, estilos a todas las artes: sus obras son minas inagotables, o las entrañas mismas del espíritu humano (el subrayado es mío).
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