La noción de la felicidad del hombre en el 'Palinurus' de Maffeo Vegio

 

 

 

Laura Ranero Riestra y Javier Soage.- El De felicitate et miseria o Palinurus de Maffeo Vegio es, como indica Solana Pujalte (1994)[1], un diálogo lucianesco, que fue transmitido durante los siglos xv y xvi. Su considerable difusión se debe, en parte, a su similitud con el texto de Luciano conocido como Palinuro tanto en su temática como en algunos diálogos concretos entre los personajes -asimilándose a menudo como traducción latina del mismo[2]-, ya que el autor de Samóstata gozaba de una enorme popularidad y fue ampliamente imitado entre los humanistas italianos.

En el diálogo intervienen dos conocidos personajes, Palinuro -timonel de Eneas- y Caronte, y en él se aborda el tema de la suerte del individuo ligada a la concepción de la felicidad humana y la autopercepción de ésta.

Comienza el texto con una exposición sobre la misera y la alegría entre hombres de la misma condición mas en contextos diferentes. Palinuro plantea la idea de que los hombres de mar, como él y Caronte, sufren la peor suerte posible, y compara las inclemencias de la mar con la tranquilidad de la vida en tierra firme. Caronte atribuye las quejas de Palinuro sobre su mala suerte y las miserias que ha sufrido en su vida como marinero al estado común de insatisfacción de todos los hombres respecto a la suerte que les ha tocado vivir, con evidentes ecos de la primera Sátira de Horacio.

[Caronte.] Digo que yo disfruto mi oficio, y doy gracias por tenerlo. Ya lo ves: en mi vejez lo mismo que en mi más tierna juventud, no recuerdo ocasión en que mi avanzada edad me haya hecho aborrecer mi tarea, y eso que ya cuento más primaveras que ningún otro. Antes al contrario, cada día lo hago mejor y con más afán. Pero entiendo que opines lo contrario. Los mortales suelen aquejar un mal que los hace maldecir su suerte y vivir siempre disgustados por los quehaceres de su oficio, pero admiran y creen afortunados a quienes desempeñan otros oficios diferentes. Nada más lejos de la verdad: si prestasen atención, verían que en la vida de los mortales no hay estado y condición que no sea un pozo de miserias, verían que no los hay libres de pesares y vejaciones, grandes y pesadas. De hecho, si alguno consigue cambiar de oficio, ya verás que ahora juzga ligero lo que antes veía pesado, y que ahora le parece pesado lo que antes juzgaba ligero. Si lo piensas bien, Palinuro, mi condición no es tan pesada como crees, ni soy un desdichado por el mero hecho de ser timonel. Pero claro, a mis ojos, tú vas tropezando con los vanos errores de los mortales, y yo, que me dejo guiar por una gran integridad y por la luz del juicio verdadero, me siento a gusto con mi suerte, y no lamento tener que esforzarme y fatigarme cada día con mi navío. Tampoco creo que los haya más felices que yo en estos últimos rangos del inframundo que yo ocupo. Pero es que tampoco lo creo de los jueces Minos, Radamanto e Íaco, por mucho que detenten un poder sin igual; ni de Plutón, por mucho bastón de mando y autoridad que tenga en estos reinos. También ellos tendrán sus penurias y sus malos tragos, y acaso peores, pues sus cargas son mucho más pesadas que las mías[3].

Ana Vian (2015, 178)[4] indica acertadamente que Caronte se presenta como un filósofo que contrarresta la falta de reflexión de Palinuro sobre el mundo y sobre las miserias humanas. Será, por lo tanto, en sus palabras, donde encontremos mayores reflexiones sobre los problemas y la disconformidad de los hombres.

Todo el diálogo gira en torno a la idea de la insatisfacción humana y de la imposibilidad de los hombres de alcanzar la felicidad a raíz de su desconocimiento y falta de empatía hacia los pesares de los demás. El pesimismo autopercibido concluye en asimilar que el resto de los seres humanos disfruta de una suerte mayor y unos trabajos más satisfactorios y llevaderos. En esta línea encontramos una alusión continua por parte de Caronte a la ignorancia de Palinuro sobre otra vida que no sea la del mar, e intenta hacerle ver a través de numerosos ejemplos que, si prestase atención y reflexionase sobre las circunstancias de los otros, sería consciente de que hay otras suertes tan malas como la suya o peores. En definitiva, le muestra la falta de perspectiva del hombre, la creencia de que lo propio es siempre peor causada por no haber experimentado lo ajeno. Mientras tanto él, Caronte, en la llegada de las almas difuntas, es capaz de ver más allá:

Allá vosotros, pueblo inconsciente, que juzgáis las cosas tal como las veis, y tenéis por verdadero lo falso. Mas yo me limito a decir lo que hay, que aquí abajo todo se muestra tal y como es, al desnudo[5]

Imputa a los mortales juzgarse entre ellos a través de las apariencias, que presenta como engañosas, pues lo externo oculta la verdad interior. Ligado a esto hay una intervención de Caronte en la parte inicial de la obra en la que menciona algo crucial para la comprensión del resto de su discurso: la comparación entre el mal físico y el mal espiritual, siendo este último mucho más dañino para los hombres, pues no puede paliarse por la costumbre, sino que impide la felicidad de manera constante:

Porque me parece, Palinuro, que tú solo consideras lo que ven tus ojos, típico error de los mortales. Pero dime, ¿qué certezas podemos sacar del cuerpo y de su apariencia? No son más que capas que ocultan la verdad. ¿Qué certezas nos va a comunicar el rostro de los hombres? Son más falsos e inconstantes que Proteo. Debemos fijarnos en las fibras ocultas del espíritu, en los recovecos de la mente[6].

 

Si lo piensas bien, los males de los marineros son más físicos que psíquicos. Cuando lo entiendas empezarás a darme la razón, pues los males físicos, con el paso del tiempo y con la costumbre, se van volviendo más soportables y poco a poco se pueden llegar a sobrellevar; en cambio, los males que yo recuerdo, los que afectan al espíritu, no hay costumbre que los mitigue[7].

Del mismo modo acusa a Palinuro de centrarse en las ventajas de los poderosos, de los gobernantes, pero no pensar nunca en las desventajas y sufrimientos que conlleva su posición:

Es que solo cuentas lo bueno, lo alegre, y callas los reveses y todo lo triste, que sucede más a menudo. […] Poco a poco, la ciudadanía se va indignando: forman corrillos, se libran a la ira, los arrebata el odio, urden planes, se orquestan consejos alternativos. Al fin, los poderosos terminan por entender lo peliagudo de su situación, terminan por distinguir el precipicio al que se asoman. En definitiva, ven que todo su imperio pende de un hilo muy, muy fino[8].

Gran parte de la obra aborda toda esta cuestión a través de “una larga reflexión sobre asuntos de teoría política, sobre el rey y sus funciones” (Calvo Kaneko 1988, 10), es decir, narrando los problemas que implica ser un gobernante, sea en el ámbito de los hombres, sea en el de los dioses, y la falta de felicidad que deriva de sus responsabilidades y realidades en comparación con la vida que puede llevar la gente corriente.

Querido Palinuro, no es su dicha tanta como tú imaginas, que tantos bienes y tan seguidos terminan resultando molestos. Además, ¿cómo puedes tú juzgar felices a estos que con tantas riquezas y placeres nunca disfrutan con deleite ni alegría, y que teniendo tanta abundancia nunca se regocijan ni consuelan? [...] Considéralo bien, ¿no te parece más deseable el estado de los ciudadanos corrientes, con su vida segura y sus grandes placeres? ¿Con sus continuas risotadas, festejos y alegría? Dime, ¿no te imaginas el placer que reporta la vida con la esposa y los hijos, y poder dormir seguros, comer a gusto y entretenerse como cualquiera? ¿No te parece placentero vivir entre amigos de tu misma clase y condición, con vidas y costumbres como las tuyas, y poder verlos a menudo? ¿Qué hay más agradable que el afecto de esos amigos, qué hay más grato que su conversación, qué hay mejor y más reconfortante que su atención? ¿No crees que así se distienden y reconfortan sus ánimos? ¿No ves la miel que mana de este modo de vida? Pues has de saber que ni un solo príncipe ha podido degustar una sola gota de esa miel[9].

En este fragmento vemos como hace mención a la imposibilidad de este grupo social de pasar tiempo con sus seres queridos, a pesar de las riquezas y los placeres, que no les producen, finalmente, más que saciedad y ansiedad (uid. Vian Herrero 2015, 179). Recalca también Caronte que la felicidad en cuanto a las riquezas recae sobre la codicia, pues el deseo por adquirir no produce sino insatisfacción:

Pues esa riqueza no brinda felicidad alguna. Lo primero de todo: el rico no es rico por lo mucho que tiene, sino por lo poco que desea. Quien se conforma con poco y solo desea lo necesario para vivir ya es más que rico, por lo honesto y practicable de su deseo. […] En cambio, el rico muy rico que nunca se da por satisfecho nunca deja de sentir nuevas carencias. […] Por tanto, ni lo mucho hace al rico ni lo poco al pobre: lo que de verdad cuenta son la satisfacción y la necesidad[10].

Para ahondar en la idea de que las responsabilidades de un gobernante le llevan a ser desgraciado, pone como ejemplo a Plutón, con quien afirma que no se cambiaría bajo ningún concepto, presentando una vida más sencilla como una vida más feliz, volviendo al concepto de que la gente “vulgar” acepta su destino con mayor alegría y que, cuanto más bajo sea el rango, menores serán las amarguras:

Porque yo vivo feliz y muy pero que muy tranquilo, y solo tengo dos deberes en mi vida: llevar a la otra orilla a las almas que van llegando aquí abajo y mantener esta barca mía en buen estado. […] A Plutón, en cambio, sus riquezas y su autoridad nunca le parecen suficiente; no descansa nunca, es un pozo de preocupaciones […] A menudo manda destruir las lámparas de Febo, para que no entre en su reino ni un solo rayo de luz […] Piénsalo bien. Piensa si es una suerte feliz y deseable la de este tirano del infierno: su atención está secuestrada por un montón de preocupaciones y asediada por levantamientos e intrigas, siempre pendiente de evitar peligros, de desempeñar oficios, de controlarlo y dirigirlo todo, de gobernarlo todo de primera mano o de hacer que alguien lo gobierne. Considera entonces lo que digo, y concluye de ello su felicidad[11].

En relación con esto narra a través de cuestiones concretas las preocupaciones y sospechas con las que han de vivir estos poderosos, lo que los lleva a la inestabilidad e incerteza, y por lo tanto a una fatiga vital producida por el temor constante:

Les vienen de las terribles enemistades y del odio visceral que les profesan las ciudades vecinas, los pueblos sometidos y, al fin, ellos mismos. Día tras día, estos odios y estas injurias van creciendo, y los tiranos terminan atormentados y afligidos: ya no pueden confiar en nadie, sospechan de todo; le temen al vuelo de una mosca, como quien dice, son incapaces de disfrutar nada y la tristeza y la congoja los deja ateridos[12].


Voy a confiarte algo. Voy a confiarte qué es lo que echa a perder las vidas de los mortales: es la inestabilidad, lo perecedero de las cosas. En vida nadie puede dar nada por seguro y permanente. […] Pero si hay una suerte frágil e inestable, esa es la de los tiranos. […] ¿Quién podría desear una vida como la suya, donde un instante de felicidad –si es que merece tal nombre– se torna triste y amargo? Me estremezco de solo decirlo. Y es que no creas que esto solo es cosa de mortales: también a nosotros, aquí abajo, nos afecta todo esto[13].

Hay dos cuestiones en las que el autor hace especial hincapié a través de las palabras de Caronte: la soledad o aislamiento y la falta de libertad. El miedo y la desconfianza llevan al gobernante a protegerse a través, no solo de muros físicos, sino también sociales y emocionales. Nos está hablando aquí del distanciamiento social producido por la falta de seguridad a todos los niveles, lo que los lleva a una vida tormentosa y sin paz:

Entonces nada creen seguro sino estar protegidos por la fuerza y por el hierro, no confían en nadie, ni en sus criados, ni en sus aliados, ni en sus hermanos, cuya autoridad temen más que la de los otros, y se apartan de la vista y la presencia, y se protegen con fosos y diques, se encierran en fortalezas, casi como eternos condenados a la cárcel, con guardias tan preparados como si marchasen a la guerra [...] Nada les agrada, duermen con gran inquietud, y velan aún con una inquietud mayor, les aterra cualquier reunión de gente, les inquieta la soledad, temen las conversaciones y a quienes les saludan, temen los regalos [...] ¿Cuánta puede ser la felicidad de los tiranos a los que el miedo continuo e inmenso siempre les afecta?[14]

Por su parte la libertad es presentada como el mayor bien que puede atesorar el hombre, siendo el pilar básico que condiciona la felicidad. Derivada de lo anterior, la imposición propia del aislamiento convierte en prisión, real y figurada, la vida del gobernante:

[...] encerrados casi como si estuvieran atados con unas cadenas al reino dentro de las fortalezas, casi confinados como bestias salvajes por un algún gran crimen, excluidos fuera de las cosas comunes que son tenidas por restablecimiento, privados de la libertad que es el más dulce y deseable bien de todos, y no solo de los hombres, sino incluso de cualquiera de los otros animales, la privación del cual no es sino la cosa más triste o infeliz que puede suceder[15].

A pesar de que el autor pone en boca de sus personajes las diferentes visiones sobre la fortuna y sus consecuencias en la felicidad de los hombres, su punto de vista queda claro en el posicionamiento y los largos discursos de Caronte como sabio y filósofo con un entendimiento casi completo sobre el mundo. Que la visión de autor y barquero coinciden se confirma cuando el propio Palinuro se declara convencido por el discurso de su acompañante ante la sorpresa del propio Caronte, quien le ofrece más historias y ejemplos, a lo que Palinuro acepta de buena gana:

[Caronte.] Dime, Palinuro, ¿piensas ahora que es feliz la vida de los tiranos?

[Palinuro.] En absoluto.

[Caronte.] ¿Desearías, si vivieses, su suerte?

[Palinuro.] ¿Cómo iba a desearla, si ahora entiendo que no hay absolutamente nada digno de ser deseado?

[Caronte.] ¿En verdad entonces los crees desgraciados?

[Palinuro.] No solo desgraciados, sino los más desgraciados de todos.

[Caronte.] Me asombro, pues antes proclamabas que gozaban de una enorme alegría.

[Palinuro.] ¿Qué maravilla es si el ciego alaba las tinieblas y las condena tras habérsele restituido la vista?[16]

El final es, como el inicio, totalmente horaciano (Solana Pujalte 1994, 191), pues ante la pregunta de Palinuro sobre si hay hombres felices, Caronte le dice que solo quienes aman la virtud, para concluir que la felicidad únicamente puede conseguirse a través de ésta y del saber, de la contemplación de la divinidad y de la ausencia de codicia:

[Palinuro.] ¡Cuánta calamidad en el mundo! Hay para todos y en todas partes. Dime, ¿crees que los hombres pueden llegar a vivir una suerte que se pueda llamar dichosa?

[Caronte.] Ha habido mortales dichosos, no lo niego. Solo digo que han sido muy pocos.

[Palinuro.] ¿Quiénes han sido esos pocos?

[Caronte.] Los que por amor a la virtud y a las letras se desentendieron de los bienes del mundo. Los que consiguieron mantenerse impasibles, puros, castos, íntegros, incorruptos, y elevaron su espíritu a las alturas para disfrutar de la excelencia divina, dejando atrás la sordidez y la abyección humana. […] Los que se dedicaron a estudios humanos y santos y supieron despreciarlo todo y, por despreciarlo, terminaron colmados. No colmados en el sentido de tener de todo en abundancia, sino de no echar nada en falta. Y nada echa en falta quien nada quiere. Y quien nada quiere, todo lo hace de menos. Y con este hacer de menos consigue alcanzar lo que realmente desea. Y esto mismo, vivir según sus propios deseos, es la única dicha que existe, la plenitud de los dichosos[17].


Este diálogo de Maffeo Vegio, cuyo tono general recuerda a los tratados de “desprecio de corte y alabanza de aldea” con la particularidad de invitar a cultivar la vida del estudio[18], muestra en su inicio una suerte de estructura de “pregunta socrática”, típica de los diálogos lucianeos que imita Vegio, para pasar después a un tono más natural en el que Palinuro, ya convencido, es quien formula las preguntas con el objetivo de aumentar su conocimiento. El tratado da un salto y marca su importancia en el cambio de foco de los males físicos a los espirituales, y es a partir de ahí donde ofrece los puntos de reflexión principales sobre la felicidad, la miseria y la fortuna de los hombres. Esto lleva hasta un tono plenamente moralizante en el que incluso se tocan temas como el pecado y la vida después de la muerte, para terminar, como se ha indicado, con la defensa de una vida virtuosa para alcanzar la felicidad real.


[En este trabajo de investigación ha colaborado la Deutsche Forschungsgemeinschaft (DFG), número de proyecto 502502313]



NOTAS


[1] Solana Pujalte, Julián, “Un manuscrito semidesconocido de Juan Ginés de Sepúlveda”, Cuadernos de Filología Clásica: Estudios Latinos, 7 (1994), pp. 185-213.

[2] La confusión en la autoría de esta obra fue habitual en su transmisión. Aurora Calvo Kaneko señaló ya en 1988 en su tesis El Diálogo satírico en el siglo xvi: Juan Ginés de Sepúlveda y la traducción del “Palinuro”, defendida en la University of Michigan, que la primera identificación moderna de la obra a su verdadero autor, Vegio, se produjo en 1887 por G. Mancini.

[3] “[Charon.] Aio gratam me habere atque iucundam artem meam. Vides: ut cruda uiridis et senectus est mihi; memini haud uel unquam ab ipsa (qua iam omnium annos supero) longeua etate mea pertesum me esse laboris mei, quin quotidie insto clarior atque ualentior. Sed intelligo cur tu aliter tibi persuadeas. Est enim communis hic morbus mortalium, ut sortis sue quemque distedeat semper, uiuatque contentus negotio studiis suis, laudent uero longe ac beatiores existiment omnes qui diuersas a se artes atque actiones sequuntur. Verum falluntur maxime opinione sua, nam si recte intueri, cognoscent perspicue nullum esse in uita eorum statum qui non magnis scateat miseriis, quem non magne grauesque perturbent undique molestie et uexationes. Etsi detur aliquando ut alter alterius studio transferatur, aliquem uideas nunc ea leuia uideri sibi que prius pre grauitate accusabat, itaque ea grauiora que prius leuia uidebantur. Itaque, si bene consideres, non est, Palinure, ita grauis mea condicio ut censes, neque propterea quod nauclerus sim sum eo miserabilior. Sed tu, ut uideo, sequeris uanos errores mortalium; ego vero, integritatem tantam iudiciique ueri lucem secutus, ago contentus ac laetus sorte mea, neque asscribo mihi calamitatem quod desudem quotidie nauigando et defatiger. Neque ob hoc arbitror quenquam horum qui mecum simul ultimas sedes colunt me esse beatiorem; non ipsos iudices Mynoem, Rhadamantum et Eiacum, quamquam magis omnes emineant potestate; non ipsum Ditem, quamquam sceptro potens sit ipse atque regna ista moderetur. Sunt namque et illis sui labores sueque molestie, et maiores forte, quo a maiore regiminis sarcina praemuntur”. El texto latino que se cita a lo largo de este trabajo se ha extraido de la edición de 1487 de Iacobus de Breda [Deventer].

[4] Ana Vian Herrero, “El exilio de la virtud. Textos espurios en el corpus lucianeo de los siglos xv-xvi y su influencia literaria: Alberti, Vegio y sus derivados entre España e Italia”, eHumanista: Journal of Iberian Studies, 29 (2015), pp. 168-207.

[5] Vosque eas uanum uulgus ita ut cernitis pro falsus uera ducent arbitramini. At ego nihil ac res se habet de eis iudico, nuda enim et aperta hace sunt omnia.

[6] Etiam, ut uideo, iudicas, Palinure, quae oculis tantum patent, quo errore decepti mortales plurimum seduci solent. Sed quid certum afferre possunt iudicium exteriora corporis, quae uelamenta quaedam magis sunt ueritatis? Aut quid certi promittere et ostentare potest frons hominum, quae plures quam Protheus speties mentiri atque in plures mutari queat? Considerandae sunt secretae animi fibrae, perscrutandae sunt interiores mentis latebrae.

[7] Quod si animaduertas labores quos praeferunt nautae, corpori magis quam animo infensos, ire concedes amplius etiam in sententiam meam. Nam huiusmodi res durae assiduo quodam usu et assuefactione mitiores fiunt, et quodammodo domantur. Quas uero ego memoraui, quum animum magis affigunt, non ita usus et assuefactio mitigare atque edomare potest.

[8] At tantum narras quae prospera sunt et laeta. Ac quae frequentius accidunt aduersa et tristia praetermittis. […] Ita pedetemptim ciuitas omnis indignatur, obmurmurat, rapitur ira, odiis incenditur, coquit nouas cogitationes, noua concilia molitur. Mox eo deueniunt ut, haec intelligentes, uideant quantae ruinae quantoque praecipitio subiaceant, quam tenuissimo quasi quodam filo pendeant imperia sua.

[9] Non est tam magna ut existimas, Palinure, eorum beatitude. Nam parit certe fastidium tanta bonorum continuation tantaque affluential […]. Preterea quomodo tu eos beatos iudicare potes, qui tantis opibus ac delitiis suis numquam fruantur cum iucunditate, numquam cum gaudio? Qui in tanta rerum copia numquam exhilararent se numquam releuent animum? [...] Nec tibi multo optabilior uidet priuatorum conditio, quorum et uita securior et uoluptates etiam, si mentem intendas, maiores sunt? quos summa semper condit hilaritas, mulcet festiuitas, explet alacritas! Quantam putas affert delectationem communis quae cum uxoribus et filiis uita exigitur, dum cubant tute, uescuntur laete, iocantur modeste? Quam dulcem esse arbitraris amicorum inter se et aequalium parem uitam, domesticum usum, frequentem conuentum? Quid eorum amore suauius, confabulatione gratius, curis melius atque commodius? Quantum credis laetitiae et exultationis habeant eorum conuiuia, ludi, cantus, saltationes? Quantum dilatent animos et permulceant? Quantum emaneat mellis, cuius nec stillam principum aliquis gustauit?

[10] Neque istud quidem affert ullam beatitudinem. Nam in primis non efficit diuitem maior habundantia, siue minor cupiditas: qui enim paruo contentus est, id tamen cupit quod necessitati uitae sufficiat, is habunde est locuples propter honestum quod facilius implere potest desiderium; […] qui uero, quantumlibet diues, plura concupiscit, pluribus indiget […] Deinde non est iudicandus quisque uel locuples multitudine uel pauper paucitate diuitiarum, sed uel rerum magis implemento uel necessitate.

[11] Quia laetus ago et summa animi quiete. Non ullius rei ullam gero, nisi transuehendi hasce huc descendentes animas et conseruandi incolumem hunc fasellum meum. […] At Pluto, cum tantis diuitiis suis ac regno tanto, nunquam laetatur, nunquam quiescit, tot curis carpitur […] Saepe illum trepidare cogit lampas Phoebi, ne ulla ex parte irradiet regno suo […] Cogita nunc quam laeta et optanda sit sors huius inferni tyranni, cuius tot diuiditur animus curis, tot propellitur tumultuationibus, quem tot oporteat praecauere pericula, tot dispensare ministeria, omnia percensere, omnia corrigere, omnia uel ipse gubernare uel aliis gubernanda commitere. Attende igitur rogo et uel ex uno collige foelicitatem.

[12] Contingunt tanta propter graues inimicitias acerbaque odia quas continue cum finitimis ciuitatibus, cum subditis sibi populis, cum sibimet ipsis etiam gerunt. Quo fit ut, ingrauescentibus odiis increscentibusque injuriis quibus quottidie afficiunt quemque, necesse sit illos torqueri et affligi grauiter, confideri nemini, suspicari omnia; possunt extimere muscas etiam –ut aiunt– uolantes, gaudere et laetari nunquam, tristitia et moerore detineri semper.

[13] Morem tibi geram qua in re. Illud te scire uelim quod plurimum miseram reddit mortalium uitam: instabilitas scilicet et ruina rerum. Nam certum nihil et permanens in uita quisque sibi polliceri queat. […] Nulla tamen infirmior sors est atque mutabilior quam tyrannorum […] Qui talem eorum uitam optabit, qui pro modici temporis foelicitate (si tamen illa foelicitas appellanda sit) tam tristi postea tamque amaro fine consumatur? Horret animus dicere. Nam ne credas his tantum mortales subiectos malis esse: sensimus et horum magnam partem aliquando nos inferi.

[14] Tunc securum nihil existimare nisi quod ui aut ferro tueatur propterea non credunt secure cuiquam non ministris non necessariis, non germanis, quorum maiorem eciam quam aliorum auctoritatem magis formidant arcent se ab aspectum a presentia, cingunt se fossis et aggeribus, claudunt se arcibus quasi ad perpetuos damnati carceres, custodibus eciam tamquam ad expeditionem belli peratis [...] Nihil iucundum, dormiunt cum magna inquietudine, cum maiori eciam uigilant, terrent illos conuentus homini, angit solitudo, timent colloquia timent salutatores, timent dona […] Quanta ista tiranorum foelicitas, quos continuus et ingens semper augore afficit metus [...]

[15] [...] constricti quasi quibusdam regni compedibus clausi intra arces, quasi magni alicuius criminis rei coartati istas ferarum, exclusi ab omnique foris capitur recreatione, priuati libertate quod est tam dulce et omnibus optabile bonum non hominibus modo sed ceteris insuper quibuscunque animalibus, cuius priuatio ne quid est quod tristius aut infoelicius contingere possit.

[16] [Charon.] Dic Palinure, putas ne iam beatam esse thirannorum uitam?

[Palinurus.] Minime.

[Charon.] Optares ne uidens eorum sortem?

[Palinurus.] Ut quid optarem, in qua nihil omnino optandum esse manifeste nunc intelligo?

[Charon.] Ergo certe eos arbitraris miseros?

[Palinurus.] Non miseros modo, sed omnium eciam miserrimos.

[Charon.] Miror, qui modo potest tanta frui beatitudine predicabas.

[Palinurus.] Quid mirum si cecus laudet tenebras quas postea luci restitutur damnet?

[17] [Palinurus.] Tanta est ergo tamque generalis omnium calamitas. Ullam vero prorsus esse putas hominum sortem quae beata dici possit?

[Charon.] Immo beatos aliquos non nego fuisse mortales, sed perraros tamen.

[Palinurus.] Quos perraros?

[Charon.] Qui amore virtutis et litterarum contempserunt cetera mundi bona. Qui se inocuos, puros, castos, integros, incorruptos conservantes extulerunt animum altius ad gustandam divinam excellentiam, humana quasi sordida et abjecta relinquentes. […] Qui humanioribus sanctioribusque deditus studiis contemnat omnia, contemnensque omnia possideat. Nam is possidere omnia videtur non qui omnibus habundet, sed cui nihil deficiat. Porro illi nihil deficit qui nihil concupiscit. Concupiscens aut nihil, contemnit omnia. Contemnensque ita id assequit quod desiderat. Desiderio vero suo frui ea demum vera et sola beatitudo, beatorumque omnium plenitudo est.

[18] El tema de la pertinencia o impertinencia de las enseñanzas académicas fue tratado por Luciano durante la Segunda Sofística.