Gonçal Mayos Solsona (1957) es filósofo, ensayista y profesor español en la Universidad de Barcelona. Especialista en Nietzsche, Hegel, Herder, Kant, Descartes, D'Alembert..., ha evolucionado hacia el estudio de los grandes movimientos modernos (Racionalismo, Ilustración, Romanticismo, filosofías de la sospecha) y su influencia contemporánea y en la postmodernidad. Anticipándose a las tendencias postdisciplinares actuales, Mayos ha acuñado el término "macrofilosofía" para caracterizar sus análisis globales, interdisciplinares y sobre procesos de larga duración. Ha escrito numerosos libros y artículos, y es director de OPEN-PHI (Open Network for Postdisciplinarity and Macrophilosophy) y codirige GIRCHE - Grupo Internacional de Investigación "Cultura, Historia y Estado". Acaba de publicar Turbohumanos, un libro en el que denuncia la deriva nihilista de la sociedad actual, devorada por la prisa y la frustración.
- Usted afirma que “cada vez sabemos más, pero entendemos menos. La cultura general orientadora del humanismo se ha hecho extraña para el hombre de nuestro tiempo”. ¿Cree que la atomización de los saberes han perjudicado una perspectiva global de la función del conocimiento en un contexto existencial, y no sólo técnico?
Sí, cada vez sabemos más pero sobre cosas relativamente secundarias, inútiles o que quedan obsoletas en muy poco tiempo. Por eso aprecio muchas ideas de la adolescencia o incluso intuiciones infantiles sobre los valores, sobre la condición humana, etc. que se han ido desarrollando a lo largo de los años y me acompañan afortunadamente ahora mismo. He descubierto por experiencia propia que cultura es lo que sabes y te define sin importar demasiado con quién y en que momento lo aprendiste. Incluso es posible que nunca fueras consciente del todo de cómo y por qué lo interiorizaste, pero ¡allí está, ayudándote a entender las cosas y a ti mismo!
A veces hago broma sobre lo útil que es haber estudiado filosofía. Más allá de la ironía y sin mitificar ni exagerar nada, es cierto que -mutatis mutandis- algunas ideas sirven como esas navajas suizas con múltiples herramientas básicas que siempre te alegras de llevar contigo en las más diferentes circunstancias. Pero la vida humana es tan compleja que tienen que ser ideas potentes, muy generales y básicas. Me gusta resaltar la aparente paradoja de que: ¡hay pocas cosas más prácticas que una buena teoría!
Ahora bien, se necesita una perspectiva global, incluso macrofilosófica, para situar teorías superclásicas en los contextos emergentes y descubrir que te permiten entenderlos con profundidad. De repente te conviertes en el ‘enrollado que está en lo último’ precisamente por haber apostado por cosas básicas, esenciales, multifacéticas, macro... aunque sea algo que aprendiste cuando eras un adolescente.
Tanto lo existencial como lo técnico precisan de un marco global bien construido, testado en múltiples circunstancias, con matices desarrollados ante contextos diversos... Sin eso, la última ocurrencia suele convertirse rápidamente en una idiotez manida... ¡aunque tenga su potencial! ¡Pero hay que estar prepararlo para verlo, concretarlo y desarrollarlo!
- También dice que “la alta cultura, elitista, libresca, de un humanismo heroico o ascético… se ha convertido en cultura popular, de masas, mucho más banal, hedonista, consumista y adoradora del poder tecnológico”. ¿Hasta qué punto la multiplicación de los principios de la comunicación horizontal entre individuos equidistantes, propios de las democracias avanzadas, ha dinamitado el valor ascensional (en el sentido intelectual y espiritual, no social) de la cultura, que necesariamente impone una jerarquía entre las personas: maestro-discípulo, sabio-necio, etc.?
Así como hay que luchar por defender y hacer valer socialmente las buenas ideas que se te han ocurrido, hay que ser inteligente para reconocer las buenas ideas de otra gente y no persistir en mediocridades ‘porque son tuyas’. Hay que saber recordar y olvidar... con criterio. Es cierto que hoy en día, con las posibilidades de consultar lo que sea desde tu móvil, no tiene demasiado sentido cargar con un ‘equipaje’ mental poco adecuado y que no esté bien trabajado ni seleccionado con un criterio valioso.
Ahora bien, continúa teniendo sentido -o más aún que antes- ser capaz de reconocer a un sabio maestro y lanzarse a entenderlo, a atesorar las posibilidades que pone en marcha y a ser capaz de rememorar sus enseñanzas con el plus de la experiencia personal, vívida y llena de matices.
En la actualidad, se menosprecia como si fuera mera erudición aquella cultura estructurada y macro que permite tener criterio para la vida, para los distintos trabajos a desempeñar y para adaptarte a nuevas circunstancias y funciones sin tener que aprenderlo todo desde cero ni hacer tabula rasa de tu experiencia... como a veces anima a hacer el presentismo ultraacelerado. Al grito de ¡a la hoguera, a la hoguera!, proclama vaciar y olvidar para poder dejar espacio a la última ocurrencia. ¡Me parece una actitud muy peligrosa y estúpida! A veces llaman a eso ‘reinventarse’ -cosa seguramente necesaria hoy- pero que no consiste en tirar excelentes y prácticos muebles de caoba para sustituirlo por el modelo de plástico que ahora se llevará durante unos meses.
Bajo esa actitud, no puede haber ningún impulso ‘ascensional’ -como usted dice- pero tampoco ningún desarrollo de la propia complejidad mental ni incluso del llamado ‘capital personal’. Si solo se está en la inmediatez, en el cambio constante de multitareas todas micro e insulsas, si no se quieren sacar consecuencias generales de experiencias, problemas o aprendizajes particulares, es prácticamente imposible desarrollar un cierto criterio, algún talento y una personalidad propia. Pero eso es lo que marca la diferencia cuando lo encuentras en alguien tanto en la vida laboral, profesional o en lo personal. Lamentablemente, eso es lo que se echa continuamente en falta en la actualidad porque lo sustituimos para dejarnos llevar de forma cómoda, pasiva o incluso inconsciente por lo entronizado por los medios.
- Afirma que “la sociedad del conocimiento lo es también de la ignorancia. Internet es a la vez la actual y completa «biblioteca de Alejandría» y la frustrante «biblioteca de Babel» de Jorge Luis Borges”. ¿Podría ampliar esta idea?
Es difícil superar a Borges, pero la idea es que internet nos inoculó el entusiasmo de que uno puede acceder a cualquier verdad, acontecimiento o persona. Ciertamente, por un momento de plenitud, nos sentimos como frente al Aleph de Borges: toda la realidad del mundo y desde cualquier ángulo. Todo era accesible, cualquier cosa era poseíble, todo estaba a la mano, al ojo o al oído. El mundo entero y con todos sus matices estaba a nuestra disposición.
Pero rápidamente descubrimos que, en el fondo, habíamos convertido toda verdad en una aguja en el pajar. E incluso en una aguja dentro de un pajar hecho de agujas casi iguales, combinaciones infinitas pero fragmentarias y alejadas de la prístina verdad única que buscábamos. Nos angustia que no encontremos nunca lo que realmente buscamos, distraídos por muchísimas otras cosas que nos salen al paso y cuyo valor no somos capaces de determinar de forma rigurosa. No estoy negando que hoy podemos encontrar con facilidad cosas muy interesantes, pero en el fondo sospechamos que en realidad encontramos lo que a otros les interesa que encontremos, no lo que a nosotros realmente nos interesa encontrar.
Quedamos así prisioneros de una sociedad de la información que crece exponencialmente, más allá de lo que nosotros -simples humanos- podemos ir conociendo por muchos esfuerzos que hagamos. Hay una profunda concomitancia entre la sociedad de la ignorancia, la era de la postverdad, los turbohumanos y el homo obsoletus. Babel es un símbolo bíblico pero también quizás una de las mejores aproximaciones al destino de las sociedades avanzadas. Nadie llegó tan alto pero, precisamente por eso, nunca fue tanta la incomunicación y la falta de verdad compartida. Eso lo intuyó muy bien Jorge Luis Borges.
- “La bulimia informativa bloquea el lentamente reflexivo «discurrir» de la narrativa mente humana”. Esta frase parece apuntar a algún tipo de constante antropológica, una vez desbordada la cual nos veríamos abocados a una suerte de alienación por exceso de inputs.
Creo bastante en la potencia humana. Recordando a Baruch Spinoza, me gusta avisar que todavía no sabemos todo lo que puede llegar a ser lo humano, la humanidad. Pero está claro que no somos infinitos ni dioses, por ello -a muy largo plazo- nuestro objetivo no puede ser competir con la capacidad de procesamiento de la inteligencia artificial o cosas parecidas. No debemos centrar en esa carrera la condición humana. Hay que buscar o reencontrar otro sentido humanista.
- Usted habla de la turbomodernidad como de un racimo de “procesos abiertos, acelerados y de tal complejidad que parece imposible extraerles un «sentido» para los humanos”. ¿Puede un ser humano reconocerse a sí mismo como tal si se le arroja a un mundo absurdo, privado de sentido?
No desespero de ello. Creo que los existencialistas plantearon muy bien este reto y este peligro. No es fácil, pero tampoco imposible. Sobre todo si somos capaces de seleccionar lo realmente importante. Y no nos perdernos en nimiedades o en lo meramente cuantitativo. En lugar de pensar solo en el más, hay que pensar en lo mejor, en lo más adecuado, incluso en lo correcto o lo humano.
- Llega a anunciar, en plural, que “deseamos que disminuya el ritmo de metamorfosis y recuperar un poco la «solidez» de otros tiempos”. El hippismo fue uno de los primeros fenómenos sociales que, a partir de los años 60, se propusieron desafiar abiertamente el modus essendi de la sociedad de consumo. En los últimos tiempos, movimientos como el ecologismo o el decrecionismo apuntan en la misma dirección. ¿Percibe en estas reacciones cierta nostalgia por un pasado idealizado, con necesidades contenidas y satisfacciones proporcionales a las mismas? ¿No delatan los mismos el fracaso de un proyecto, el de la modernidad, basado en el materialismo como instancia básica de las satisfacciones humanas?
Es paradójico pero, en la sociedad más opulenta y consumista de todos los tiempos, se multiplican los malestares y las insatisfacciones. Tras el éxito de los populismos caudillistas y autoritarios, me parece percibir la angustia de gran parte de la sociedad que se siente amenazada por la aceleración de los cambios. Incluso está harta de los que proclaman dogmáticamente que eso es siempre bueno y que, en cambio, menosprecian la aspiración de la gente a un proyecto de vida predecible y realizable.
Respecto a lo que me dice del ecologismo, es significativo que ante el cambio climático, la crisis energética, etc., está disminuyendo el aceleracionismo del ‘salgamos del sistema radicalizando sus contradicciones’ y el decrecionismo del ‘estamos todavía a tiempo de aterrizar suavemente’. En cambio, aumenta el colapsologismo del ‘hay que prepararse, aunque sea en pequeños grupos’.
- Por último, constata que “se han convertido en crónicos y generalizados los estados de insatisfacción, angustia, estrés, frustración, desmoralización”. Una sociedad abatida, desilusionada y sin confianza en el futuro, ¿puede sobrevivir? ¿O se verá arrollada, como en su momento la romana, por una civilización no necesariamente superior, pero sí dotada de la energía suficiente como para imponerse a ella?
No suele haber futuro a medio y largo plazo para una sociedad colectivamente desilusionada y sin agallas. Más allá de la dureza de las circunstancias, suele sobrevivir quien lo quiere con pasión y confía en sí mismo. La humanidad es una especie superviviente, lo ha demostrado muchas veces. Creo que lo conseguirá de nuevo y espero que sin caer en soluciones demasiado guerreras y poco civilizadas. Me gusta que sobreviva una humanidad muy humanista, si me permite la expresión.